Romper el cascarón

Se me ocurrió que, en esta ocasión, podría empezar la crónica con algún mito griego que viniera al caso y nos condujera hasta la jornada que vivimos este pasado fin de semana.
Miles de horas de profundos estudios sobre estas historias redujeron a dos los posibles candidatos para este menester. Por un lado tenemos a Pandora y su famosa (espero que siga siendo objeto de estudio en los colegios e institutos españoles) caja. En la otra esquina del cuadrilátero se colocan Dédalo e Ícaro con sus ansias de volar.
La Caja de Pandora como la recreación del precio que se puede pagar por una curiosidad malsana o desmedida pero también como pálpito de esperanza. Curiosidad malsana de unos entrenadores por comprobar su propia capacidad para transmitir conocimientos. Esperanza para que el resultado de esa curiosidad sea el mejor posible.
Dédalo e Ícaro como ejemplo de superación, de vencer los obstáculos y, al desplegar sus alas, salir airosos del laberinto del Minotauro.

Cualquiera de las dos fábulas daría muy buen juego. Sin embargo, para no irme demasiado por las nubes, podría fundir ambas en un concepto mucho más mundano y quizás más apropiado para nuestro propósito: “romper el cascarón”. Nos guste o no, el ser humano nace indefenso y con todo por aprender para, primero, tener éxito en la tarea de su propia supervivencia y, luego, alcanzar cotas más altas a lo largo de su existencia.
El momento de salir de debajo del paraguas protector de los padres (de los entrenadores, en el caso que nos ocupa) es temido tanto por los alumnos como por los maestros. Para nuestros pequeños lagartijas (algún día habré de quitar ese “pequeños”) esa circunstancia ha llegado en esta temporada, si bien, no todos del mismo modo ni con la misma exigencia.
Para los más avezados, dejar atrás esa seguridad implica introducirse en el inabarcable prado de la toma de decisiones: empezar a ser, de verdad, autónomos dentro del terreno de juego. Para los neófitos será el hecho de enfrentarse, sin la ayuda de sus compañeros, solos a una actividad, cuando menos, novedosa y extraña.
Sirva todo esto como preámbulo para presentar la bonita jornada que tuvimos la suerte de presenciar el sábado pasado en la primera jornada de rugby sub10 de la FMR, disputada en San Sebastián de los Reyes.

Y, en esta ocasión, con dos equipos bien diferenciados por una circunstancia (temporal) de la competición. El primero, compuesto, casi en su totalidad, por jugadores de segundo año (San Isidro Fuencarral); el otro, con los de primer año (San Isidro Tres Olivos). Prueba de fuego para ambos. Los primeros obligados a cumplir ciertas expectativas; los segundos, forzados a volar en solitario.
Alguno me dirá que soy como una madre: ese amor incondicional por los polluelos que me lleva a creer que han cumplido con creces sus respectivos cometidos.
San Isidro Fuencarral se enfrentó a los dos equipos de Alcobendas en unos partidos muy disputados y con muchos momentos reseñables. Notable alto en el rendimiento defensivo, presentando una más que aceptable colocación, incluso después de sucesivas fases sin perder demasiado la posición. Buenos fundamentos en el placaje (presenciamos no pocos placajes dobles), en las ayudas al portador del balón y otras habilidades técnicas (manejo del balón, coordinación,…). En el lado menos bueno, nos falta interiorizar gestos automáticos como el movimiento de proteger (limpiar) el balón en los rucks ofensivos o limpiar y robar el balón en los defensivos.
San Isidro Tres Olivos luchó contra los dos equipos del club anfitrión y, sin duda, superaron nuestras previsiones. Jugadores que no se conocen bien todavía, con poca experiencia de juego (muchos de ellos) sorprendieron a propios y extraños con dos actuaciones muy divertidas llenas de buenos momentos, aderezados con fallos previsibles. Con las limitaciones propias de su escasa experiencia en la competición fueron capaces de construir ataques con mucho sentido alternando con fases defensivas aún inseguras. Sin miedo al contacto, adolecen de una mejor técnica de placaje y de manejo del balón. Algunos nos mostraron que pueden jugar en cualquier nivel de la categoría; el resto, mostraron que tienen mucho dentro.

San Isidro Fuencarral: Juan, Lucas, Víctor, Jaime, Íñigo y Gabi Clemente, Marco, Pablo Otero, Saúl, Juan Pablo y Kike.
San Isidro Tres Olivos: Javier, Adrián, Santi, Martín, Íñigo Tejero, Miguel, Djené, Inés, Felipe, Pablo Díaz y Mario.
Lo mejor: Cuatro bonitos partidos, trepidantes y no exentos de calidad.
Lo peor: Las lesiones de Tariq y Pepe. ¡Os esperamos pronto!
Carlos Suarez, Entrenador.
AJ Sánchez
28 octubre, 2022 (9:01)
Gracias por la cronica. A los que no vamos a las jornadas, pero nos interesan, nos ayuda a seguir su evolución. Curiosas las analogías griegas 😉