Crónica desde el dolor

A nadie escondo mi especial predilección por la selección de rugby de Gales. Todos los jugadores españoles, de mi quinta, crecimos teniendo un equipo favorito que, generalmente, escogíamos del ya legendario Torneo de V Naciones (hoy VI Naciones, y por eso nadie es seguidor de la selección de Italia (es broma)). Después de haber escogido uno de esos equipos vamos, a muerte, con España aunque hay que reconocer que en los últimos años nos lo han puesto muy difícil. Seamos optimistas.

Gales, como las otras cuatro naciones (Escocia, Irlanda, Inglaterra y Francia), tiene una bonita historia para relatar acerca de su rugby y sus orígenes. El rugby, dicen, ayudó a crear la nación galesa.

“Cuando el juego se afianzó, a finales del siglo XIX, y prosperó en los primeros años del siglo XX, Gales abrazó este deporte nuevo porque dio a una pequeña nación la oportunidad de estar en la cima del mundo” (Carolyn Hitt, periodista y escritora).

“Es un juego que vino de las escuelas públicas inglesas a Gales y se convirtió en la obsesión de la clase trabajadora” (Prof. Gareth Williams). Y por ello, en Gales, los jugadores provenían del estrato social más humilde, al contrario de lo que ocurría en los otros países.

Gales jugó su primer partido internacional en febrero de 1881 y, bien pronto, en el período comprendido entre 1893 y 1913 se gestó su primera “edad de oro”. De hecho, afirman, en la década de 1890 los galeses habían introducido la formación de 4 “tres cuartos” (dos centros, dos alas) que revolucionó el deporte y fue adoptada casi universalmente.

Los años posteriores a la I Guerra Mundial marcaron un declive en el rugby galés. Parece que la recesión industrial afectó a todos los ámbitos de la vida incluyendo, por supuesto, el rugby. Para que llegara un segundo horizonte brillante del rugby galés tuvimos que esperar hasta la década de los años 70  (¡57 años!). Gareth Edwards, Barry John, Geral Davies y otros muchos auparon a lo más alto el pabellón del Dragón. De hecho muchos los consideran los mejores jugadores galeses de la historia. ¡Lograron un increíble registro de victorias, perdiendo, tan solo, siete partidos a lo largo de esa década!

Y aquí llegamos nosotros, preocupados porque unos críos de 8 y 9 años llevan dormidos unos dos meses. Definitivamente (mea culpa) hemos sido engullidos por la vorágine de estos tiempos que nos ha tocado vivir. Muchas veces estoy (estamos) tan inmerso en mirar sólo nuestro ombligo que pierdo la perspectiva y no soy capaz de ralentizar los tiempos y pensar con claridad. Si Gales tuvo que esperar más de 50 años, nosotros podemos permitirnos el lujo de bajar nuestra velocidad, de tomarnos nuestro tiempo.

Haciendo un, más que aconsejable, contrapié San Isidro ha esquivado, este pasado sábado, la monótona cita de las jornadas de la federación (están empeñados en que siempre nos enfrentemos los mismos equipos).  Hemos apostado por aceptar la invitación del club Cisneros con un formato más concentrado y más ágil. Partidos con un solo tiempo, de duración entre 8 y 10 minutos y casi sin pausas. ¡Y con equipos diferentes! He de reconocer que, al principio, no me gustaba demasiado la propuesta pero debo cambiar mi opinión. Resultó agradable y fructífera.

Mañana gris, invernal, de las de rugby de toda la vida aunque nos faltó el barro para alegría de las lavadoras domésticas. Dos equipos con convocatorias muy ajustadas (hubo momentos en los que jugamos con uno menos) y nueve partidos por delante. Sé que lo que voy a escribir ahora es una exageración pero permítaseme una licencia literaria: puede que estemos asistiendo al inicio de  la segunda edad de oro de nuestros lagartijas. (En un grupo de guasap, aquí vendrían unos muñequitos con cara divertida).

Excepto momentos esporádicos durante los cuales no somos capaces de mantener la concentración, hemos de decir que los partidos fueron muy completos y a ratos hasta ordenados, que es una de nuestras obsesiones. Con todos los ingredientes que pedimos a los jugadores: atención, intensidad y ejecución de las habilidades que dominamos y que no son pocas. Placaje (aún nos queda un largo camino), protección del balón en los “rucks”, conservación del movimiento, en ataque, que nos obliga a tener la posesión del balón y apoyo continuo al compañero portador del balón. Todo lo demás que se pueda imaginar sale automáticamente con estos ingredientes. Sólo hemos de encontrar el resorte de cada jugador que le haga encajar las piezas. Mi (nuestra) esperanza es que los jugadores sean capaces de apreciar la diferencia de una forma de jugar y la otra y que esa recompensa les haga repetir los patrones.

Jugaron (y mucho): Íñigo Clemente, Israel, Lucas, Kike, Carolina, Dani, Pablo Díaz, Roque, Santi, Gabi, Saúl, Pepe, Martín, Diego, Pablo Otero, Inés, Gonzalo y Jaime Garnica.

Lo mejor: El paso adelante que han dado los jugadores, aplicando en el juego los conocimientos que aprenden en los entrenamientos (los dos últimos han mejorado mucho).

El resurgir de alguno de los de segundo año que temíamos haber perdido por el camino.

Lo peor: La ausencia de pedagogía y vitalidad de los jovencitos encargados de arbitrar los partidos. (Me estoy haciendo viejos).

¡VA, SAN ISI, VA!

P. D.: A estas alturas muchos os estaréis preguntando por el título de esta crónica. Aún no me he recuperado. (Risas).

Carlos Suárez, entrenador

 

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