Valladolid 2038

Abro hoy mi diario y se me vienen tantas cosas a la cabeza que no sé muy bien por dónde empezar a escribir. Y es que dentro de unos días se cumplirán veinte años (¡¡¡veinte ya!!!) de la primera vez que jugué un Campeonato de España. Fue en Valladolid, en 2018. Qué fuerte, sólo tenía 5 años y aún me acuerdo… Fue la primera vez que nos dieron una copa al equipo, y una medalla a cada uno. Mi viejo aún la guarda, sin lazo ni nada, sólo la chapa descolorida, lo único que queda de aquello.

Fue con mis viejos camaradas del sub-6. Recuerdo perfectamente unos rivales rubios que hablaban inglés. “¿De qué equipo son?”, pregunté a mi padre. “Guiris. Tú calla y placa”. Fue la primera vez que escuché la palabra “guiri” y sólo tiempo después me enteré de que era un equipo de Marbella con chavales ingleses en sus filas.

La verdad es que aquel fin de semana jugamos como diez partidos. Y no recuerdo muy bien cuántos perdimos o cuántos ganamos. Sólo recuerdo que había chavales de toda España, un ambiente eléctrico de acontecimiento importante, un no sé qué especial que me hizo tomar conciencia de que estaba haciendo algo diferente. Y, por supuesto, nuestra primera copa. Nos la dieron en lo alto de un escenario caótico, con los altavoces a todo volumen. Y luego las fotos. Todo el equipo eufórico y agotado en torno a nuestro primer trofeo.

A partir del aquel mayo de 2018 procurábamos ir cada año. En 2019 fui con los sub-8 y mi hermana Olivia con los sub-6. Mis padres marcaban cada año la cita en el calendario porque ellos también se lo pasaban en grande. Y es que el plan no estaba mal: tapas y cañas por las noches, comilona el sábado en una bodega… De aquellos tiempos aún conservan buenos amigos. Y nosotros, claro.

Y aquí estoy de nuevo, en Valladolid, dos décadas después. Y es que la vida definitivamente es circular.

Huele a linimento. Vendas en los tobillos y las muñecas. Algunos gordos aún se pegan las orejotas deformes a la cabeza con esparadrapo, como en el rugby primitivo de hierba alta y barro que tanto evocan mis mayores.

Un puñetazo llega a las taquillas y hace retumbar el vestuario. ¡Vamos! ¡Sanisiiiiii!

Vamos a jugar la final de Copa, la primera que disputa el primer equipo de San Isidro en toda su historia. Cuatro de aquellos sub-6 empanados que empezamos en 2018 estamos en el 15 titular. Con 25 años estamos en plenitud física y técnica. El equipo ya lleva unos años en División de Honor, y hoy es un día señalado. Es la culminación de mucho trabajo de mucha gente durante muchos años.

Se oye el clac, clac, clac de los tacos de aluminio. Hay hierba ahí afuera. También ahí afuera estarán en las gradas repletas mis primeros maestros: los pacientes César y Carlos, el inquieto Ricardo, Fernando con su eterna sonrisa de buen rollo y Paco con su vozarrón. Y la gente del club, técnicos y jugadores de todas las categorías.

Hoy jugaremos por ellos, por nuestros camaradas. Quien no haya jugado al rugby quizás no lo entienda. Lo de los camaradas. Puede que no seamos todos amigos, pero sí somos camaradas. La honestidad, la entrega y el compromiso al servicio de un objetivo colectivo. Eso es lo que significa. Y los que compartimos una cerveza con los pómulos y las cejas hinchadas después de cada partido lo sabemos muy bien.

Tengo que dejarlo ya. Ya debemos salir al campo. Otra vez Valladolid, donde todo empezó a tener sentido.

Valladolid, 26 de abril de 2038

Bruno López Yunta

Tercera línea del San Isidro Rugby Club

 

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